En cierta ocasión dos reinos se disputaban la hegemonía del poder sobre la tierra. La guerra parecía ser la única solución para resolver el conflicto entre las dos naciones.
En aquellos tiempos, los reyes aun escuchaban las sabias palabras de sus mayores y citados por el consejo de ancianos –de ambos reinos- los dos monarcas decidieron enfrentar su poder de una manera diferente a la guerra.
Se pactó que cada rey elegiría al mejor de sus generales y este a su vez convocaría a 11 de sus mejores hombres para que fueran ellos quienes se enfrentaran en
La idea de los ancianos era que los hombres seleccionados por los generales se enfrentarían en un campo de batalla como no había existido nunca antes. El combate sería justo y para cerciorarse de que así fuera, los ancianos elegirían a cuatro hombres, dos de cada reino, que serian los encargados de impartir justicia durante la batalla.
Listo el campo de batalla, un llano de suave césped verde, los ancianos lo delimitaron con líneas blancas que serian custodiadas por los cuatro jueces.
Se construyeron dos arcos de madera idénticos que fueron colocados según lo pactado. Igualmente se acordó que cada arco seria custodiado por un hombre y que por ser esta una tarea tan importante, aquel guardián seria al único al que se le permitiría usar las manos en la batalla, ya antes se había dispuesto que estaría prohibido usar brazos y manos. Asimismo, cada equipo debía usar un color diferente al del rival y se vistieron de escarlata y de dorado, los colores símbolo de cada reino. De igual modo, cada equipo tendría un capitán que seria el único que podría hablar con el juez principal durante el enfrentamiento. En fin: se pactó seguir todas y cada una de las normas dadas por los ancianos.
Los reyes eligieron a los generales y estos a su vez habían elegido a los más diestros guerreros de sus ejércitos. La hora del encuentro llegó.
Los hombres fueron dispuestos estratégicamente dentro del campo de batalla. A los más ágiles se les encargó los arcos, a los más fuertes la defensa del campo central, a los más virtuosos y resistentes se les encargó los extremos y la zona ofensiva y a los más determinados se les encargó vencer al guardián del arco contrario. Los dos generales habían planteado prácticamente la misma estrategia.
Alrededor del campo de batalla fueron ubicados, a manera de precaución, los guerreros de los ejércitos que no participarían de
El juez puso la pelota en el centro del campo y con su silbato dio la orden de iniciar la batalla. La pelota giro. Los ejércitos y los pueblos enardecieron, gritaron a todo pulmón apoyando a sus equipos.
Los guerreros daban todo, luchaban con todo su corazón. Los hombres que custodiaban los arcos se batían como fieras, los defensas aguantaban las embestidas de los habilidosos atacantes, los hombres del campo central redoblaban esfuerzos para contener a sus contrarios y los pueblos se estremecían con la intensidad de la batalla.
El sol de la tarde fue opacado por una tenue lluvia que refresco el espíritu de los combatientes. Los primeros 45 minutos pasaron rápidamente y los arcos no habían sido vulnerados. A los generales se les dio 15 minutos de descanso para replantear su estrategia. Al terminar el descanso el juez dio la orden de iniciar el segundo periodo de tiempo.
La pelota giro nuevamente y un grito ensordecedor acompañó el rodar de la misma. Los equipos dorado y escarlata siguieron con su intensa batalla. Se enfrentaron sin tregua por el honor de sus pueblos y de ellos mismo.
Los arcos no se vulneraban y el tiempo se agotaba. Los reyes, que permanecían frente a sus ejércitos, parecían resignarse a enfrentarse en un sangriento combate una vez terminada
Desde entonces, cada cuatro años se repite
fin